De
vestiditos olvidados y cuerpos presentes
Texto de Alejandra Veglio
sobre obra de Adriana Rodriguez Giansetto
“Les dije suavemente que
bebieran vino
y que tuvieran un cuarto propio”
Virginia Woolf
Dibujos, objetos,
performance, instalación conforman esta Muestra. La artista se mueve cómodamente
en la diversidad de registros. Cada una
de las salas da cuenta de ello.
En la sala que
podríamos llamar de la memoria, los
vestidos, los bultos funerarios parecen tener su origen en la fotografía, pero
la fotografía tratada casi como un objeto encontrado, sin pertenencia y en
plena transformación de sujeto en objeto. Sin embargo el alma de la foto, sigue intacto. ¿Quién resiste la mirada de
las niñas olvidadas?
En ese borde entre
el paso del tiempo y la finitud es posible reconstruir los cuerpos ausentes
tejidos incansablemente en des-memorias.
La sala de lo
abyecto está fuertemente referenciada en el Accionismo, en el performance mas
extremo. La mirada no es amable, la intención es accionar sobre los límites de
la obra y del cuerpo. Sin embargo hay también una búsqueda de revelación,
porque si bien los objetos, o lo que queda de ellos, son mostrados después de
pasar por un proceso de destrucción, también se transforman, paradójicamente,
en objetos-paridores, dispuestos a dar a
luz.
Y finalmente los
dibujos de gran formato, última producción, nos remiten a verdaderas
situaciones emocionales que evidencian el rechazo a proponer algo que no lleve
el sello de la subjetividad. La escala no es más que la consecuencia del gran
campo emotivo al cual se lanza como una recordadora. Por otro lado llevan en sí
las marcas de los traslados de la artista. “Trigal” da cuenta de ello, la obra
está literalmente partida para poder ingresarla al país y se transforma
entonces en una acción poética sobre el
viaje como intensificador.
Así, “Desde la
alteridad a lo subjetivo” puede leerse como un gran performance, donde la
potencia del cuerpo está presente. Esa es la razón por la cual es posible encontrar el verdadero centro de
la obra en el cuerpo de la artista,
cuerpo como territorio de disputas, tensiones e intensidades.
Sobre la obra de Adriana Rodríguez
Por Natalia Di Marco
Rareza inmaculada; certera extrañeza
“En cualquier expresión reconocida como bella debe haber un resto de lo feo, como reflejo de algo que espanta, contra lo que se lucha al aspirar a lo bello: mientras más se aleja ese punto, más se acerca a lo bello”.
Pareciera que lo bello encontrara su punto, de manera casi insólita en aquello que puede ser liberado, o librado de algo, es decir lo bello ya no es solo una categoría estética sino que se redefine cuando alcanza en su máxima expresión alguna posible verdad de lo que algo, alguien u hecho no pudiera estar del todo absuelto.
Lo bello aquí ocurre cuando esa verdad se presenta, toma una forma concreta; pero no es una verdad relativa, o cualquier verdad, sino que más bien, es aquella verdad propia solo la cual toma relevancia en la intimidad del pensamiento.
Al concretar esa verdad se ve atravesada por una diversidad de incidencias, incisiones, aberturas, hendiduras que resultan de pasajes o pasadizos hacia aquello que no podría ser dicho de otra manera.
Así, las incisiones intencionales o azarosas producen una aproximación a lo desconocido; aquel terreno en donde lo feo acontece en lo extraño, lo doloroso, lo espantoso; irán ocupando espacios de invisibilidad latente.
Lo feo y lo bello, transgreden los lugares comunes en tiempos contemporáneos; uno vela al otro, pero al mismo tiempo son revelados.
Por ello, las incisiones son recurrentemente diversas en los dibujos, conformando agujeros oscuros e infinitos que anulan el plano de la hoja; en los objetos reaparecen en propiedades blandas como una voluntad más de ser traspasados, corrompidos;
Todo discurre en un ambiente de rareza, de enajenación de lo real.
Mientras, que esa enajenación de lo real cuestiona “lo único” “lo dado” “lo ideal” “lo verdadero” intensifica al mismo tiempo la duda, la sospecha, lo que no se ve.
Un juego de la mente que permanentemente carnaliza/canaliza, los miedos, las imposiciones: una vista panorámica de recuerdos.
Aquella invisibilidad que se corporiza arrebata la sospecha de lo incierto.
Y es en esta invisibilidad donde la grieta se ensancha, dejando a la vista lo insólito, lo suspendido, aquello que no cabe en el cuerpo y por ello se vuelve epidérmico.
Aun así, cubrirse resulta paradójico;
Los trajes son permeables, porosos, se humedecen; pensar en traspasar el agua increíblemente deja esa sensación de humedad.
Esa conspiración de invisibilidades que ocupaba a Pizarnik.
La rareza inmaculada de los objetos que mutan; y que al mutar conceden al lenguaje, un ausente mediato, o una concesión de nueva vida. Lo alterno, lo raro, lo extraño como posibles certezas a la realidad.